jueves, 15 de diciembre de 2011

BESOS


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Cuatro largas horas en un aeropuerto dan para mucho. Leer, escribir, dormir, aburrirse, pensar y observar lo que sucede alrededor de uno; esas y otras son las opciones que se nos presentan cuando nos encontramos a la espera de abordar un avión. Hoy he tenido que hacerlo durante cuatro horas en el parisino Orly Sur, antes de que despegara el aparato que me debía traer a tierras africanas. Sentado junto al acceso del control de pasaportes,  me he entretenido realizando un pequeño análisis sobre el comportamiento humano.
He analizado los besos. Y he observado cantidad de modalidades. Tenemos aquellos propios de quienes un vuelo hacia algún lugar separa sin solución aparente para sus protagonistas, a tenor de los aspavientos que acompañan a los ósculos; los de los enamorados jovencitos, fogosos; los de los nuevos Judas, que por sus pocas muestras de afecto, prefieren el sonido del dinero a la muestra de cariño que les ofrece quien queda en tierra; los indiferentes; los atornillados; los sonoros; los que se acompañan de un abrazo libinidoso; los que no llegan a rozar la mejilla del besado... La mayoría van acompañados de lágrimas de dolor y rostros apenados. Otros aparecen secos y sin muestra alguna de emoción.

Me he levantado y me he acercado a la puerta de las llegadas: los besos eran muy semejantes, así como las lágrimas. Cambiaban los semblantes. La alegría era lo normal entre los que se encontraban. “Este espectáculo que estamos viendo me recuerda a los hospitales” me ha dicho Xabier Mendiaga, sentado junto a mí a la espera de la salida del avión de Tunis Air. “La única sección que, en la mayoría de los casos, aporta alegría es la correspondiente a maternidad.  Ellos vienen. En todo el resto de secciones hospitalarias se palpa el duro destino de la persona. Nos estamos yendo
Traducción del original en euskera, que publiqué en Euskaldunon Egunkaria el 11 de febrero de 1992
 
Foto: cuatroenuno.blogspot.com
 



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