viernes, 5 de octubre de 2012

A MENUDO ME PREGUNTO


Ha resultado un fin de semana soleado y he podido gozar en paz de  los últimos momentos veraniegos, mientras en algunos lugares del mundo –incluso no tan lejanos de nosotros- la espiral flagelante de la violencia ha sacudido las espaldas de millones de seres humanos. ¡Vaya destino el de la humanidad! No hay derecho a que el bienestar de unos pocos traiga consigo la desgracia de tantos.

Esa soga de desgracias extendida ad infinitum en el espacio finito en el que la tierra gira una única vez,  nos une a la realidad cotidiana y una serie de dudas aparecen en nuestras mentes, dejándonos la sensación negativa de si seremos capaces alguna vez de darles si quiera un poquito de luz. ¡Es tan profunda nuestra superficialidad!

Aunque el libro sabio de la vida nos lo repitiera un millón de veces y por más que nos pasaran sin cesar ante nuestros ojos la película de las verdades básicas no aprenderíamos nunca: el mayor de los logros no merece el menor sufrimiento de ningún mortal, no justifica ni el mínimo de los males. Pero la primera pregunta que me hace dudar es precisamente si los hombres y mujeres somos capaces de entender tamaña verdad. Luego vienen las otras.

Y a medida que voy creciendo en edad, quedan tras de mí montones de preguntas sin contestar, pero –mira por dónde- aparece una duda que me atrapa, como si quisiera poner en mi espíritu una gota de tranquilidad: ¿no será suficiente el ejercicio de preguntar sin pausa sobre lo desconocido, sin darnos por vencidos ante la incapacidad original para las respuestas a los enigmas? ¿Será ése el camino para encontrarnos con el Dios desconocido?
Foto: Tere Anda
 Traducción del artículo que escribí en euskera en mi blog ETORKIZUNA ETORKIZUN el 17 de septiembre de 2012.

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