miércoles, 29 de junio de 2011

LAS EDADES DE LA PERSONA



Antes de nada he de confesar que no estoy obsesionado con el rumbo que ha tomado mi vida. Si algo puedo declarar, sin miedo a equivocarme, es que nunca antes me he sentido tan libre. Ha transcurrido un año desde que abandoné las labores profesionales de gestión y, según todos los indicios, me he acostumbrado sin sufrimiento alguno a la nueva situación. De un día para otro te ves obligado a cambiar el chip y para cuando te das cuenta, tanto el cuerpo como la mente se han amoldado a las nuevas circunstancias. No te asalta ningún sentimiento de culpa, ni sientes tampoco señal alguna de victoria subjetiva. Estamos hablando, casi-casi, del estado perfecto de la persona.

Recuerdo que cuando eras joven te veías obligado a avanzar, sin dejar de mirar a izquierda y derecha, para adivinar el color de lo que te ibas a encontrar por el camino. Y he de decir que transitar por aquel espacio virgen y aún sin madurar tenía sus dificultades, al no ofrecer jamás el porvenir fotografías detalladas, sino imágenes borrosas y medio difuminadas. La juventud hay que cruzarla, por lo tanto, sin mapa, y resulta asaz complicado adivinar la situación de sus límites. Como resultado, los golpes suelen resultar mayúsculos. Pero, al fin y a la postre, en eso consiste el subir por la pendiente de la vida, al tener que dar el paso luego de calcular el riesgo. A veces no nos apercibimos de que el suelo es pura arena movediza. Y es una constatación que el balance de la vida está repleto de experiencias y todas no pueden ser agradables.

Una vez de dar el salto a lo que denominaríamos segunda edad, llegamos hasta creernos bien curtidos, dada nuestra experiencia de la primera estación. No habíamos caído en la cuenta de nuestro absoluto desconocimiento sobre la vida. Así y todo, comenzamos a dar consejos, y -¡toma ya!- nos pagaban por ello. Criamos a hijos e hijas, suponiendo que lo podíamos hacer en la perfección.- Y dibujamos nuevos horizontes, ya que los propios no nos eran suficientes. Cuanto más cómodo, acogedor y atractivo fuera nuestro espacio vital –al que considerábamos además mejor que el del prójimo- mucho más se elevaba nuestro ego insaciable. Caminamos con los ojos cerrados y con la capacidad auditiva mermada por el ruido externo, y nos seguía pareciendo que íbamos por el camino correcto. Éramos más que nadie. Dudábamos un momento ante la disyuntiva de la elección –se trataba de nuestra particular encrucijada- pero no había otro remedio que avanzar. Aun así, siempre existía algún ancla que echaba por tierra una larga singladura.

Teniendo a la vista el final de la segunda edad nos invadió el desasosiego y el cada vez más cercano último límite nos hacía exclamar sin cesar un “ay de mí” lastimoso y digno de compasión. “Esto se está terminando” repetíamos sin cesar, acusando en nuestro proceder profundas deficiencias respiratorias. Y por primera vez en mucho tiempo se nos abrieron los ojos y agudizamos el oído. Y recabamos ayuda, como si nos hubiéramos dado cuenta de repente de que la experiencia acumulada hasta entonces carecía de fórmula mágica. No sabiendo a dónde recurrir, nos aproximábamos a la tercera edad, más rápidamente de lo deseado.

Y llegó el dia... Y tambien pasó. Cambiado el ritmo de vida habitual, en un principio nos faltó orientación y nos preguntamos ansiosos si seriamos capaces de acoplarnos a los nuevos planteamientos. Pero el interrogatorio no duró mucho tiempo, ya que si bien aún no estábamos hechos a las condiciones de la tercera edad, el cambio de orientación dependía de un ejercicio volitivo, y era claro que aparecíamos prestos a tomar el timón de la nave y lanzarnos a una nueva travesía. Aunque no supiéramos gran cosa sobre el viaje que emprendíamos.

En estos momentos somos marineros de la tercera edad. Estoy seguro de que, a la velocidad que marcha la sociedad, pronto habrá que inventar una cuarta etapa, al ser cada vez más las personas que ocupamos el espacio de edad en el que la vida nos ha colocado, con límites más y más lejanos. La satisfacción mayor que me ha propiciado el actual periplo es el comprobar cada día que soy mi propio timonel, y no estoy dispuesto por nada del mundo a renunciar a ese derecho.


Traducción al español del original en euskera, publicado en el número 2279 de la revista ARGIA, el 5 de junio de 2011.

lunes, 20 de junio de 2011

JUAN GARMENDIA LARRAÑAGA: PREMIO ONDARE


He escrito en más de una ocasión en este txoko sobre el tolosarra Juan Garmendia Larrañaga. He querido traerlo de nuevo hasta aquí, al haber sido premiado con el Premio Ondare-Ondare Saria, concedido por la Diputación Foral de Gipuzkoa. Me ha parecido oportuno recordar algo sobre él.

Juan es amigo de los amigos. Y esa cualidad le ha brindado la oportunidad de tejer una extensa red de contactos sociales. Ha cultivado la amistad de personas de toda condición e ideología y ese flujo de relaciones en doble dirección le ha propiciado prepararse un observatorio a su medida sin par, para desde él analizar y desentrañar como nadie los pormenores de esta nuestra sociedad vasca.

El contacto continuo con el entorno vasco ha hecho crecer en Juan una especial sensibilidad y, al mismo tiempo, le ha permitido ser crítico con la actuación de unos y otros. Crítico mordaz pero a la vez equilibrado, no dejándose llevar nunca exclusivamente por las corazonadas. Claro que utiliza el corazón al formular sus juicios y teorías, pero dando siempre preferencia a la razón. Y como es capaz de distinguir perfectamente las palabras huecas y lisonjeras, no se le engaña tan fácilmente. Para cuando nosotros hemos ido, Garmendia Larrañaga está de vuelta.


Esa capacidad de observación sosegada ha propiciado así mismo un punto de ironía en las aportaciones de Juan. Su obra rezuma seriedad por todos lados, pero nuestro amigo puede convertirse en pura ironía cuando cree conveniente. Este hombre que ha aprendido a relativizar sobre el mundo que le rodea, ha construido puentes de plata entre nuestro pasado y el presente, pero nunca ha olvidado que sus trabajos no tendrían sentido si no los hubiera enfocado con proyección al futuro. Y es por ello que la labor del antropólogo Juan Garmendia Larrañaga es fundamental para hacernos una idea sobre la evolución de nuestra sociedad.

Se le entregará el Premio Ondare el 22 de junio; justamente la víspera de la noche de San Juan. El fuego, el rocío... y las brujas de esa noche tan investigada y tratada por Juan están ya preparados para cumplir con el ciclo anual. Estoy seguro de que en el akelarre de este año se saltará y bailará en honor de Juan Garmendia Larrañaga. Por mi parte, pediré al chopo levantado en la plaza de Mondragón, que desde su extremo superior dirija la mirada hacia Tolosa y transmita mis felicitaciones más sinceras al amigo Juanito.


Traducción al español del original en euskera, publicado en el blog ETORKIZUNA ETORKIZUN el 17 de junio de 2011.

miércoles, 15 de junio de 2011

DESDE RUSIA CON AMOR


Ya sé que no soy nada original al elegir el título. Pero después de un viaje largo y lleno de dificultades, alojado como estoy en un hotel de Moscú, la imaginación no me da para mucho. Al menos por un lado no me puedo quejar: he conseguido una habitación sin previa reserva, seguramente porque mi aspecto ha debido darle pena a la en principio inflexible recepcionista rubia.

Mi destino no era la capital rusa sino Kutaísi, en la República de Georgia. Pero las cosas allá al sur no pintan muy claras, al no disminuir el conflicto armado surgido por aquellos pagos hace ahora un par de semanas. Y para evitarme el viaje hasta allá, mis interlocutores han subido a Moscú. Me han ahorrado dos mil kilómetros, de ida, y otros tantos de vuelta.

La violencia surgida en Tbilisi ha puesto sobre el tapete la relatividad del mapa político de Europa. Este volcán en que se ha convertido el viejo continente nos ofrecerá en breve profundas novedades respecto al reparto de territorios. En las palabras de los amigos que me han llegado desde Kutaísi se detectaban preocupación y esperanza, a la vez. Preocupación, como la que debe haber en cualquier capitán de barco antes de partir a una nueva singladura. Y esperanza, similar a la de dicho capitán en sus fuerzas, capaz de imponerse a tempestades y maremotos. Una vez de dar carpetazo a los temas profesionales que a ambas partes nos incumbían y ante un café humeante y oloroso, he soñado en alta voz junto a mis amigos georgianos sobre pueblos libres y felices.

Eran las dos de la mañana local cuando ha sonado el teléfono. “Felicidades, chaval...” Se trataba de mi amigo Xabier Mendiaga, en llamada de larga distancia. Y me ha recordado que tal día como hoy hace cuarenta y dos años mi madre me trajo al mundo. Demasiado, para celebrarlo sólo.


Traducción al español del original en euskera, publicado en EUSKALDUNON EGUNKARIA, el 18 de octubre de 1991.


Argazkia: http://www.panoramadiario.com



jueves, 2 de junio de 2011

POR LA CALIDAD HUMANA HACIA LA LIBERTAD (3/de 3)


Primera parte

Segunda parte


La realidad que más aterra a los humanos es la obligación de morir. El vacío nos hace temblar, en cuanto pensamos en él. Al homo technicus le horroriza la muerte, ya que supone un definitivo frenazo a su prueba continua contra reloj. Si en su planteamiento intelectual tuvieran lugar preguntas sobre la muerte, sería más llevadero el trauma surgido por la conciencia de tener que abandonar un día esa enajenante carrera. Mas es una constatación que los tentáculos tecnológicos dificultan el recogimiento interior y que la civilización está ahogando la cultura. A ésta – puro revestimiento espiritual del desarrollo- le es imposible seguir el ritmo que la civilización sin nombre impone a los ciudadanos de a pie. Es más, podríamos decir que a la actual civilización, aquella que exige hombres y mujeres amansados y conformistas, le sobra la cultura, no vaya a convertirse en una rémora para sus intereses.

Como consecuencia de ello, surge una marea uniformada y estéril, donde la persona se convierte en esclavo, con la gran contradicción de que a éste le corresponde cada día más, en teoría, tiempo libre para conformar su espacio vital, oportunidad que no es aprovechada para trabajar con valores libertarios sino, precisamente, para todo lo contrario.

¿Por qué no apuesta el individuo por su liberación? Trataré de contestar con otra constatación: me produce pavor la caída en nuestros días del socialismo. Y no solamente por el mero hecho de la pérdida de una plataforma utópica, sino también por el estilo que políticos y medios de comunicación utilizan para tratar y comentar la desaparición de una corriente -¿la última?- de pensamiento libertario. Está claro que el homo technicus en el poder necesita de un mundo ordenado, maravillosamente dócil. Con lo que, si la utopía debe alumbrar el semblante de cualquier futuro, nuestro porvenir no es ciertamente ilusionante.

El sistema educativo, a todos sus niveles, responde solamente a las necesidades inmediatas. De nuestras ikastolas y demás centros salen hacia la universidad remesas de futuros ingenieros, médicos, economistas y demás especialistas que sirvan de manera ideal para engordar al homo technicus. Y a aquellos, el sistema les pagará exclusivamente con dinero, es decir con la droga alienante que más estima nuestra sociedad. Si el progreso de la ciencia debe de darse en un contexto de libertad espiritual de la sociedad, está claro que la ciencia que ésta está alumbrando poco tiene de liberadora.

Algo similar nos pasa con la cultura. El déficit espiritual pone en riesgo la capacidad creativa en libertad. Y la crisis cultural –constatable a todos los niveles- ha sido sometida y desarmada por el mundo civilizado. Lógicamente, las tradicionales corrientes culturales no serán suficientes para poner fin a la tendencia engullidora y anuladora de la sociedad actual.

Queda la esperanza de la utopía. El despegue de la cultura no vendrá desde el freno al desarrollo ni desde el querer inmovilizar la historia. La vida solamente la para la muerte. Y por ello, los creadores en libertad –lejos de ataduras y anclas inmovilistas- deberán de tratar de llevar hacia delante a esa persona deseosa de engarzar con el homo naturalis. Carrera sin prisas, sin relojes que nos marquen límites. Solamente con la visión siempre presente de lograr un hombre nuevo ¡Vaya tarea que nos toca a los utópicos!