Tráfico en La Habana |
El número del pasado agosto de la revista
norteamericana “National Geographic” publicó un extenso escrito que podríamos
titular en español “Cuba en la encrucijada” Al citado reportaje sobre la isla caribeña
ponía el periodista punto final con una medio pregunta medio aseveración, fruto
seguramente de su oculto deseo: “¿Qué sucederá? A la publicación de estas
líneas es posible que Fidel Castro haya desaparecido”
Este año no he viajado aún a Cuba, aunque ya
he recibido el aviso de marchar hacia allá. Desde 1981 he tenido relaciones muy
estrechas con aquella isla, a muchos niveles y en diversos estamentos. En mis
estancias hasta la fecha he gozado de la oportunidad de charlar con burócratas,
militares, intelectuales, trabajadores, artistas, ex guerrilleros, deportistas,
modestas amas de casa, universitarios, religiosos, soñadores,
contrarrevolucionarios y un largo etcétera de isleños. No soy experto en la
revolución cubana, pero al menos en los seis últimos años he podido palpar in
situ la realidad de aquel país.
Y he de empezar diciendo que las fauces de
los tiburones que Hemingway describe en su novela “El viejo y el mar”
parecerían de juguete si las comparáramos con las de los que, gracias a un
amansado Gorbachov, han encontrado abiertas las puertas de entrada a Cuba. Así es la
política: hoy hermanos mañana enemigos. Vete a saber en qué utilizarán en
adelante los soviéticos esa embajada monstruosa que erigieron en La Habana; el
nido de hábiles espías transformado en lugar de encuentro de dirigentes del
nuevo orden. El rechazado desembarco de
Kennedy hecho al fin realidad... con el visto bueno de todo el mundo.
La primera vez que me acerqué a aquella embajada,
lo hice en compañía de una persona que en Sierra Maestra había realizado
labores de enlace con el comandante; se llama Roberto Castro y es gallego.
En el despacho de nuestro interlocutor
soviético – como en la mayoría de los que existen en La Habana y en Cuba en
general- aparecían los retratos de Fidel y de El Ché. Tras el rato que
dedicamos al asunto que allá nos llevaba, y en un ambiente más relajado, les
pregunté sobre lo que para ellos significaban aquellas fotos. A las ideas
maniqueas que el cartabónico funcionario gorbachoviano trenzaba se contraponía
la revolucionaria retahíla lírica del gallego-cubano. En aquella especie de
simbiosis para la sostenibilidad de la ideología fallaba, en mi opinión, la
condición básica: el sustrato no era el mismo.
Puesta de sol sobre el Malecón en La Habana |
Argazkiak: Zuriñe Velez de Mendizabal
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