viernes, 10 de febrero de 2012

CON LOS POBRES DE LA TIERRA (1 de 2)




Tráfico en La Habana
El número del pasado agosto de la revista norteamericana “National Geographic” publicó un extenso escrito que podríamos titular en español “Cuba en la encrucijada” Al citado reportaje sobre la isla caribeña ponía el periodista punto final con una medio pregunta medio aseveración, fruto seguramente de su oculto deseo: “¿Qué sucederá? A la publicación de estas líneas es posible que Fidel Castro haya desaparecido”

Este año no he viajado aún a Cuba, aunque ya he recibido el aviso de marchar hacia allá. Desde 1981 he tenido relaciones muy estrechas con aquella isla, a muchos niveles y en diversos estamentos. En mis estancias hasta la fecha he gozado de la oportunidad de charlar con burócratas, militares, intelectuales, trabajadores, artistas, ex guerrilleros, deportistas, modestas amas de casa, universitarios, religiosos, soñadores, contrarrevolucionarios y un largo etcétera de isleños. No soy experto en la revolución cubana, pero al menos en los seis últimos años he podido palpar in situ la realidad de aquel país.

Y he de empezar diciendo que las fauces de los tiburones que Hemingway describe en su novela “El viejo y el mar” parecerían de juguete si las comparáramos con las de los que, gracias a un amansado Gorbachov, han encontrado abiertas las puertas de entrada a Cuba. Así es la política: hoy hermanos mañana enemigos. Vete a saber en qué utilizarán en adelante los soviéticos esa embajada monstruosa que erigieron en La Habana; el nido de hábiles espías transformado en lugar de encuentro de dirigentes del nuevo orden.  El rechazado desembarco de Kennedy hecho al fin realidad... con el visto bueno de todo el mundo.


La primera vez que me acerqué a aquella embajada, lo hice en compañía de una persona que en Sierra Maestra había realizado labores de enlace con el comandante; se llama Roberto Castro y es gallego. En  el despacho de nuestro interlocutor soviético – como en la mayoría de los que existen en La Habana y en Cuba en general- aparecían los retratos de Fidel y de El Ché. Tras el rato que dedicamos al asunto que allá nos llevaba, y en un ambiente más relajado, les pregunté sobre lo que para ellos significaban aquellas fotos. A las ideas maniqueas que el cartabónico funcionario gorbachoviano trenzaba se contraponía la revolucionaria retahíla lírica del gallego-cubano. En aquella especie de simbiosis para la sostenibilidad de la ideología fallaba, en mi opinión, la condición básica: el sustrato no era el mismo.
 
Puesta de sol sobre el Malecón en La Habana
Muchas de mis jornadas laborales en Cuba han terminado en restaurantes elegantes como “La Cecilia”, “La Torre”, “Diploclub”, “La Maison”, donde se paga en dólares. Antes de proseguir, debo decir que según la burocracia se va enquistando en la tramitación de cualquier asunto oficial, aumentan los interlocutores prestos a solucionar el problema. En esa misma proporción se apuntan más tarde esos amigos a comer o cenar. Y cuando el whisky pone en danza las lenguas –el ron parece que lo utilizan únicamente en la soledad de sus hogares- no suele resultar difícil mantener conversaciones muy enjundiosas acerca del duro modo de vida cubano. Los treinta años largos de castrismo ha dejado en el isleño un signo inconfundible. El proceso político surgido desde la esperanza en la revolución popular –con todas las señales de las dictaduras a la vista- ha creado ciudadanos de criterio inflexible, poco dúctil. Individuos bien, muy bien formados; técnicos incomparables en sus especialidades. Pero, sin embargo, intelectuales débiles, fruto de las condiciones emanadas tras el fracaso original del revolucionario “hombre nuevo”
 
Argazkiak: Zuriñe Velez de Mendizabal

Traducción del original en euskera, publicado en Euskaldunon Egunkaria el 17 de octubre de 1991

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