Dedicado a mis compañeros de la XII de
la ESTE
Todavía se me hace raro ofrecer los espacios
más largos del día a actividades sin ninguna productividad. Productividad, por
supuesto, entendida en parámetros económicos.
Últimamente he dedicado un tiempo bastante
significativo a preparar la jornada conmemorativa de la conclusión por parte de un grupo de jóvenes de nuestra carrera universitaria, ahora hace cuarenta años. ¡Ha sido una gozada! Pero
tengo que confesar que de vez en cuando tenía la impresión de estar burlándome
de la obligatoria seriedad y rectitud que cuatro décadas de profesionalidad
impusieron en mi carácter, ya que a cualquier hora de la mañana o de la tarde
me entretenía en repasar el menú de la comida del día de la celebración, o me
preocupaba por si mengano o zutano llegaría a tiempo a los actos programados. Y
miraba a mi alrededor, de miedo a que alguien en actitud vigilante me
reprendiera por mi comportamiento incorrecto. Pero tras un momento de zozobra,
el recordar que desde ya hace un tiempo pertenezco a la clase pasiva, acreedor de la Seguridad Social, me
devolvía la tranquilidad, lo que me permitía seguir analizando si el color del
delantal que vestiríamos el día señalado era el correcto o no.
La constatación de haber traspasado una línea
de edad nos ha traído a los de mi condición una serie de sensaciones
contrapuestas. Por un lado, el recuerdo amargo de un mundo que ya no volverá.
Por el otro, el dulce atractivo de un quehacer a elegir desde la libre opción.
Y, por lo menos en mi caso, la balanza
siempre se inclina a favor de lo desconocido, como si supiera que la búsqueda
continua no tiene fin. Por lo tanto, siempre salgo ganador.
Traducción del artículo que escribí en euskera en mi blog Etorkizuna Etorkizun el 17 de diciembre de 2012.