A medida que se acercan las elecciones de
mayo se me antoja más y más impresentable el espectáculo político que
diariamente contemplamos. Llegamos a creer que nos encontrábamos en la antesala
del fin del bipartidismo y de repente hemos caído en la cuenta de que las cosas
van por el mismo camino, sin que el panorama ofrezca razones para el optimismo.
Es suficiente con un breve repaso al puzle
político estatal actual para comprobar la magnitud de la atrofia de nuestro
sistema. Unos y otros, pequeños y mayores, aparecen presos de un paralizante
nerviosismo, fruto del miedo cerval a quedarse fuera de cartel en el circo para
el que nos venden sus entradas. Lo importante para ellos no es qué pueden
ofrecer al espectador a cambio del precio del billete, sino si van a estar o no
en la pista, sea de equilibristas, de domadores de león o de payasos. El qué
les es lo mismo. Les importa su sitio. Ese es el vomitivo espectáculo de nuestra
“casta”
Sin haber llegado a saborear las
contradicciones y problemas que la gobernanza trae consigo, se diluyen las
otrora (no hace tanto) expectativas esperanzadoras. Está comprobado que la
ciudadanía es amorfa y que pedir responsabilidades a quien pasa de aquélla es
poco menos que una utopía. Lo cual, sin más, es hacer el juego a los poderes
anónimos (ya no tanto) sean del color y del lado que sean.
Traducción del original
en euskera, que publiqué en mi blog Etorkizuna Etorkizun el 4 de mayo de
2015.