Las esperanzas e ilusiones de
cada uno van cambiando con el tiempo.
Claro que existen casos en que esos sentimientos se encuentran bien enraizados,
pero lo normal es que con el transcurso de los años esas sensaciones anímicas
tan inciertas den paso a nuevas expectativas que nos muevan en diferente
dirección. Es ley de vida.
Mira: cuando salgo a pescar mi
objetivo es y ha sido siempre la trucha. Hace medio siglo (sí señores, llevo
más de cincuenta y cinco años acercándome con mi caña a ríos y lagos) mi esperanza de cada
mañana era superar el record anterior en cuanto a tamaño de la pieza. Y la consecuente
ilusión no era otra que poder compartir aquel hermoso pez con todos los de
casa, tras haberlo cocinado mi madre al horno.
Las truchas han desparecido de mi habitual espacio de pesca y han sido
sustituidas por otras especies, llamémoslas invasoras. Sin embargo en mi interior abrigo la esperanza
de que algún día pique alguna en mi anzuelo, sin importarme en este caso el
tamaño de la captura. Ha cambiado el sentido de la esperanza. Y sucede lo mismo
con la ilusión. Llevo siempre conmigo una pequeña cámara fotográfica, y si se
diera el caso de que me entrara esa esperada trucha me retrataría con ella y la
devolvería al agua. Así conseguiría que permanecieran vivas en mí tanto la
esperanza como la ilusión. Aunque sea consciente de que ambas cambian a medida
que avanzamos en la vida.
Traducción del original en euskera, que publiqué en mi blog Etorkizuna Etorkizun el 31 de agosto de 2015.