Se nos ha informado recientemente por los medios de comunicación que
en la mayoría de las regiones españolas el centralismo ha adquirido tendencia hacia
cotas más y más elevadas. La noticia así de escueta no deja lugar a dudas sobre
los territorios en los que se está produciendo ese fenómeno, sencillamente porque
centralismo no casa con periferia, por principio. Recuerdo que cuando se
comenzó a plantear en España el tema de las autonomías, cuando uno llegaba a
Madrid, bien en coche, tren o avión, lo primero que veía eran unos enormes carteles
desde donde se lanzaba al ciudadano el
mensaje “Vives en comunidad”. La única comunidad que los madrileños conocían
hasta entonces era la de vecinos de portal, y no llegaban a comprender muy bien el
sentido de aquel nuevo aviso.
Era la caperuza engañosa del “café para todos”, algo que los
periféricos tampoco entendíamos, pero por razones diferentes. ¿Para qué tanta
artificialidad, nos preguntábamos, si nunca
se les arraigará sensación alguna (no he escrito sentimiento) de pertenencia y
menos de identidad comunitaria? La pregunta tenía respuesta nada difícil: debía
de hacerse frente a las peligrosas veleidades de las periferias, sobre todo
vasca y catalana. Y se inventaron la España ilógica de las autonomías
Pero ahora, cuando la crisis económica golpea sin cesar a tirios y
troyanos, la primera sensación es la de supervivencia y las demás pueden relegarse,
incluso desaparecer. Se trata de una
reacción normal. En el reino de la artificialidad, además, la reacción de los
ciudadanos ante temas que nunca han considerado propios puede tener ribetes
negativos. Y esa negatividad hace que los ciudadanos se vayan desplazando hacia
posiciones extremas, apareciendo en ellos con fuerza sentimientos que en un
pasado se les trató de ocultar de manera engañosa: ellos, de per se, son
centralistas, por encima de “autonomías de mierda”. Y así vamos.
Nota: este artículo lo publiqué en euskera en mi blog "Etorkizuna Etorkizun" el 6 de mayo de 2013