No hemos nacido
para permanecer quietos. El instinto de todo ser viviente es moverse, y lo
contrario no deja de ser sinónimo de muerte. Hasta los incapacitados físicos
más profundos se mueven sin parar por íntimas autopistas, rápidas o lentas según
las características del trazado. Pero siempre están en movimiento.
Eso es lo que
somos, homo viator, viajeros sin descanso, aprendiendo a cada momento, sacando
provecho de nuestro paso por acostumbrados escenarios o por parajes
desconocidos. Hay quienes definen como tránsito el paso de una eternidad a
otra, estando claro que a través de esa palabra se acota el viaje desde algún
lugar hasta un no se sabe dónde.
Soy de los que relacionan el movimiento con la riqueza
espiritual. El viajero destila espíritu positivo, siempre dispuesto a aprender
y a levantarse de nuevo, cuantas veces caiga. El viaje, si se quiere, puede ser
accidental. Pero no dejará de ser movimiento. Me es lo mismo que sea viaje
interior o externo. Lo importante es moverse. Ser viajero.
Traducción
del original en euskera, que publiqué en mi blog Etorkizuna Etorkizun el 21 de noviembre de
2016
Fotografía: Tere Anda