A medida que nos vamos
acercando a una cita electoral la señal inequívoca de extrañeza que asoma en
los rostros de la mayoría de los mortales aumenta en intensidad, con tendencia
al infinito. Llevo años probando esa teoría. No es nada difícil. Con mirar – no
hace falta leer- las noticias políticas diarias es suficiente. Mirarse en el
espejo y observar: la cara ha cambiado.
Extrañeza, enfado,
cabreo. Esas y otras sensaciones van tomando cuerpo en mí cada vez que me llega
el eco de la campaña electoral, por muy ligero que suene. Los dichos de los
profesionales de la política y, sobre todo, su moverse en el parqué político es
muy, pero que muy difícil de entender. Podría compararlo con la dificultad que tengo
para asimilar la bondad de las teorías de los filósofos presocráticos. Como me
sucede con éstos, tampoco con los políticos acierto cuándo andan en serio y
cuándo me quieren tomar el pelo. No sé cuándo nos quieren engañar (dicen ellos
que involuntariamente, y prometen no volverá a suceder) y cuándo hay que reprocharle el error al mensajero.
Aquellos primeros filósofos de la Grecia clásica necesitaron de sus
transmisores o intérpretes y nuestros políticos juegan con la complicidad de
los medios. Por eso no sé muy bien cuándo hablan unos u otros.
Al final suele resultar
que, irritado al máximo, acudo al grupo de los socráticos para ver si me
ofrecen un poco más de luz. Pero enseguida me doy cuenta de que con la verdad
surgida de la interpretación de platónicos, aristotélicos y compañía me hago un
lío mayor. El significado de política y democracia va cambiando a toda
velocidad, y me pongo a pensar si para poner un poco de orden en ese mundillo
no habrá que inventar un pos-pos-estructuralismo en el que depositar nuestra
esperanza … o ampliar la red de cárceles, ad infinitum. O ambas.
Traducción del original en euskera, que publiqué en mi blog Etorkizuna Etorkizun el 16 de febrero de 2015
Argazkiak: wikipedia