viernes, 24 de febrero de 2012

LA EROTICA DEL CAZADOR


El libro de Joseba Zulaika "Ehiztariaren erotika"- la erótica del cazador- atrajo mi atención incluso antes de su puesta a la venta. Aunque hace mucho tiempo que abandoné mi afición cinegética –tampoco sé muy bien si alguna vez la tuve- aún conservo frescas en la memoria las salidas al monte con una escopeta del calibre 12 pequeño,  acompañando a mi padre, él sí magnífico cazador. En aquella época no había aparecido todavía la pasión por la ecología, luego no creo que el hecho de que abandonara aquella incipiente afición tuviera algo que ver con el respeto a los pájaros. La fenomenal escopeta que años después me correspondió por herencia tampoco me hizo volver a disparar.
 
Aun a pesar de la distancia existente entre la afición a la caza y mis ideas sobre ella, reconozco que he leído con gusto las reflexiones vertidas en el libro de Zulaika. He gozado con las atractivas caminatas por los alrededores de Lastur-Mendaro, aunque nunca haya andado por allá. Confieso que el jabalí que deja con un palmo de narices a los protagonistas del libro también se burló de mí cuando conseguió huir de los perros de sus perseguidores. Incluso la muerte de “Goiko” me sumió en cierta tristeza.

Sobre todo ello hablaba el domingo pasado con mi amigo Xabier Mendiaga, paseando  que íbamos como la mayoría de los días festivos. “¿El jabalí... y la erótica?” me preguntó sonriendo. Y continuó con su aserto: “Pues pienso que ya hay algo de eso. Escuché en cierta ocasión que la dueña de un caserío de Marín, cuando su cónyuge llegaba por la noche de la taberna cargado de vino por dentro, pero así y todo con ganas de juegos en la cama, ante la incapacidad manifiesta del marido para el amor le soltaba: “!Sacas más ruido que los jabalís en el maizal... para nada!”

Yo le tuve que aclarar, lógicamente, que la erótica a la que me refería no iba por esos derroteros.

Foto: caza.net

Traducción del original en euskera, publicado en Euskaldunon Egunkaria el 12 de febrero de 1991

viernes, 17 de febrero de 2012

CON LOS POBRES DE LA TIERRA (2 de 2)


Continuación de la primera PRIMERA PARTE
 
Raúl Rodríguez es el sacristán de la Catedral de La Habana. En mis viajes le suelo proveer de revistas de información general, ya que es lo que me solicita. Su sueldo de cien pesos no le da para muchas maravillas y el mejor regalo que se le puede hacer -como él dice - es la opción de un tipo de lectura diferente que le permita escapar de la habitual y estéril oscuridad. Los cubanos leen mucho y los libros son muy baratos. El problema está, lógicamente, en el control sobre los títulos ofrecidos. El Instituto Cubano del Libro publica semanalmente la lista de los más vendidos. Es claro el efecto espiral inducido en los títulos que aparecen en la lista.

Santiago de Cuba
Efecto semejante se constata en la radio y la televisión. El estilo más directo que heredaron de España es el “corintelladorismo” y eso se comprueba perfectamente en la producción audiovisual. El cubano es sentimental y soñador; no solamente el de color y el mestizo, sino también el paisano blanco o guajiro. Y podría decirse que el lloro lo tienen asumido  como ejercicio saludable y reconfortante, por lo menos si nos atenemos a los innumerables seriales tipo culebrón.

Por si fuera poca la propia producción interior, importan desde hace tiempo. En casa de unos amigos, la niña de cuatro años preguntó cierto día a su madre, a la vez que apretaba el botón del aparato de televisión: “¿Hoy qué hay, Curro o Fidel? La niña se estaba refiriendo al bandolero andaluz Curro Jiménez, protagonista de la serie que TVE vendió a la cubana. Sobre el segundo, me imagino que no hay duda.

Las cosas se les ha puesto muy difíciles a los cubanos. Como decía hace poco Fidel Castro, el cielo no se puede ni atacar ni vencer: hay que crearlo. El problema para ellos, sin duda, está en los medios que utilizarán para esa creación y no sé yo si no se les ha agotado definitivamente la capacidad inventiva. Cuba no ha sido nunca una sociedad con cultura industrial ni -incluso-económica, en su sentido más estricto, pero no creo que esa falta deba atribuirse ni a los antiguos colonialistas españoles ni a las dictaduras capitalistas que sustituyeron a aquellos. La forma de ser cubana no casa bien con el tradicional desarrollo económico. El bloqueo, por otra parte, ha entorpecido el noble y plausible esfuerzo de los dirigentes de la isla. Pero tengo la impresión de que éstos no han acertado en la apuesta. Los distintos sectores industriales que han querido desarrollar han fracasado uno detrás de otro, aun a pesar de invertir millones de dólares americanos en la preparación de tal infraestructura. Fidel sabe bien que, en alguna medida, él es el responsable de la actual penuria que sufre Cuba.

Monumento a José Martí
Hace ahora cuatro años, como consecuencia del proceso que los cubanos denominan “reconducción del socialismo” se dio carpetazo a la gran inversión  en empresas industriales y se abrió el grifo hacia un sector para el que hasta entonces se actuaba con gran precaución: el turismo. De repente, se multiplicaron como hongos las entidades relacionadas con el sector turístico y la mayoría comenzó a relacionarse con empresas especialistas españolas. El resultado fue inmediato: compañías afamadas que han dejado la costa española hecha unos zorros comenzaron a hacer de las suyas en lugares paradisíacos de Cuba.

En la historia de Cuba el nexo entre cultura e ideología ha sido muy original, pudiéndose hablar también hoy en día de una cultura del sometidor y del sometido, al encontrarse en sus precarias necesidades totalmente cautivos de la posible ayuda interesada del exterior. Los pensadores y revolucionarios Felix Varela y José Martí fueron quienes en el XIX reivindicaron la libertad para Cuba, llamando a romper con la dependencia de España y Estados Unidos. Hoy no llegarían a entender cómo, tras el logro de esa ansiada libertad y antes de cumplir su primer centenario como país autónomo, un proceso revolucionario ha podido costar tanto a la nación cubana, poniendo hasta en riesgo la  propia continuidad de la revolución.



Argazkiak: Zuriñe Velez de Mendizabal

Traducción del original en euskera, publicado en Euskaldunon Egunkaria el 17 de octubre de 1991


viernes, 10 de febrero de 2012

CON LOS POBRES DE LA TIERRA (1 de 2)




Tráfico en La Habana
El número del pasado agosto de la revista norteamericana “National Geographic” publicó un extenso escrito que podríamos titular en español “Cuba en la encrucijada” Al citado reportaje sobre la isla caribeña ponía el periodista punto final con una medio pregunta medio aseveración, fruto seguramente de su oculto deseo: “¿Qué sucederá? A la publicación de estas líneas es posible que Fidel Castro haya desaparecido”

Este año no he viajado aún a Cuba, aunque ya he recibido el aviso de marchar hacia allá. Desde 1981 he tenido relaciones muy estrechas con aquella isla, a muchos niveles y en diversos estamentos. En mis estancias hasta la fecha he gozado de la oportunidad de charlar con burócratas, militares, intelectuales, trabajadores, artistas, ex guerrilleros, deportistas, modestas amas de casa, universitarios, religiosos, soñadores, contrarrevolucionarios y un largo etcétera de isleños. No soy experto en la revolución cubana, pero al menos en los seis últimos años he podido palpar in situ la realidad de aquel país.

Y he de empezar diciendo que las fauces de los tiburones que Hemingway describe en su novela “El viejo y el mar” parecerían de juguete si las comparáramos con las de los que, gracias a un amansado Gorbachov, han encontrado abiertas las puertas de entrada a Cuba. Así es la política: hoy hermanos mañana enemigos. Vete a saber en qué utilizarán en adelante los soviéticos esa embajada monstruosa que erigieron en La Habana; el nido de hábiles espías transformado en lugar de encuentro de dirigentes del nuevo orden.  El rechazado desembarco de Kennedy hecho al fin realidad... con el visto bueno de todo el mundo.


La primera vez que me acerqué a aquella embajada, lo hice en compañía de una persona que en Sierra Maestra había realizado labores de enlace con el comandante; se llama Roberto Castro y es gallego. En  el despacho de nuestro interlocutor soviético – como en la mayoría de los que existen en La Habana y en Cuba en general- aparecían los retratos de Fidel y de El Ché. Tras el rato que dedicamos al asunto que allá nos llevaba, y en un ambiente más relajado, les pregunté sobre lo que para ellos significaban aquellas fotos. A las ideas maniqueas que el cartabónico funcionario gorbachoviano trenzaba se contraponía la revolucionaria retahíla lírica del gallego-cubano. En aquella especie de simbiosis para la sostenibilidad de la ideología fallaba, en mi opinión, la condición básica: el sustrato no era el mismo.
 
Puesta de sol sobre el Malecón en La Habana
Muchas de mis jornadas laborales en Cuba han terminado en restaurantes elegantes como “La Cecilia”, “La Torre”, “Diploclub”, “La Maison”, donde se paga en dólares. Antes de proseguir, debo decir que según la burocracia se va enquistando en la tramitación de cualquier asunto oficial, aumentan los interlocutores prestos a solucionar el problema. En esa misma proporción se apuntan más tarde esos amigos a comer o cenar. Y cuando el whisky pone en danza las lenguas –el ron parece que lo utilizan únicamente en la soledad de sus hogares- no suele resultar difícil mantener conversaciones muy enjundiosas acerca del duro modo de vida cubano. Los treinta años largos de castrismo ha dejado en el isleño un signo inconfundible. El proceso político surgido desde la esperanza en la revolución popular –con todas las señales de las dictaduras a la vista- ha creado ciudadanos de criterio inflexible, poco dúctil. Individuos bien, muy bien formados; técnicos incomparables en sus especialidades. Pero, sin embargo, intelectuales débiles, fruto de las condiciones emanadas tras el fracaso original del revolucionario “hombre nuevo”
 
Argazkiak: Zuriñe Velez de Mendizabal

Traducción del original en euskera, publicado en Euskaldunon Egunkaria el 17 de octubre de 1991

viernes, 3 de febrero de 2012

INSTITUTO COCA COLA DE LA FELICIDAD

Alucino cuando cada día veo  las lecciones de cuatro minutos que el Instituto del título nos ofrece a través de la televisión. Los expertos elegidos con sumo cuidado por la marca norteamericana por excelencia –el “redil” Eduardo Punset entre otros- nos acercan sus claves para vivir en constante felicidad . ¡Mira por dónde, gracias a los de “la chispa de la vida” vamos a dar con el objetivo principal de la persona!


Como escribió el filósofo francés Emmanuel Mounier, los humanos tenemos necesidad de la utopía de la orientación, a efectos de acertar en la dirección a escoger hacia el progreso. Pero en la teoría de Mounier toma gran valor lo que él denominaba personalismo, es decir la metafísica de la persona, los valores, la historia y el conocimiento. Y en su opinión, en el desarrollo social  es totalmente necesario impregnarse de la felicidad exigida por la propia existencia. Obviamente, la dificultad estriba en la definición de felicidad. Y en la libertad para abordar tal definición.

¿Qué entendemos por felicidad unos y otros? ¿Es utópico dar a los humanos libertad suficiente como para que se esfuercen en hallar el sentido de la vida? ¿Cuál es esa libertad? ¿Hasta dónde alcanza? Si como creo, la felicidad hay que buscarla aquí, en la tierra, entre los hombres y mujeres,  parece que podríamos afirmar que debería ser tangible, medible. Y eso ya sabemos que es imposible.

La empresa de "ser persona" reside en la completa concrección y desarrollo del proyecto inicial, convirtiendo así éste en una realidad integral y humana. Y es en eso mismo donde debemos fijar el concepto abstracto que significa felicidad. Felicidad, por supuesto, a erigir en cada propia libertad, ya que se trata de un estado personal intrasferible. De manera diferente a como Mounier labró la idea de progreso social en base al intrapersonalismo, la felicidad es propia de cada persona. Quien debe de vivirla, además, al instante, al no ser un valor que se pueda fijar en el tiempo, dada su etereidad justo desde el mismo momento en que el ser humano adquirió conciencia.

El Instituto Coca Cola de la Felicidad es un placebo, que no vale para nada y, lo más grave, lleva hasta la persona una ilusión falsa. En beneficio de la marca.


Traducción del original en euskera, publicado en mi blog  Etorkizuna etorkizun  el 16 de enero de 2012