La pasada semana ha resultado ciertamente movidita, sobre todo
por lo que a sentimientos se refiere. Los acontecimientos vividos en Paris han
incidido sin duda en nuestras conciencias. No hay duda de que si los asesinatos
se hubieran producido en Bagdad o Kabul el impacto emocional habría sido mucho
más suave. Por dos razones básicas: por un lado la distancia geográfica y
referencial, y por otro la reiteración de los hechos.
Si en Paris, Madrid o Mondragón los atentados se
produjeran diariamente nos iríamos haciendo más y más insensibles
ante esa monstruosidad. Aunque la muerte de todas las personas son iguales, es
cierto que cada una de ellas nos llega con una intensidad diferente en
decibelios emocionales. Y, por supuesto, la asiduidad con que se acude a la
fuente agotable de los sentimientos termina por hacer su efecto: cuanto más nos
acostumbramos a un hecho, menor es su impacto emocional en nosotros.
Pero perdóneme el lector: no quería hablar sobre
cómo reacciona psicológicamente la persona ante los diversos tipos de muerte.
Lo que yo quería decir es que las religiones nos muestran diariamente que son
un invento humano. Y que matar o, simplemente, causar daño en nombre del dios
que aquéllas defienden es justamente negar la existencia del mismo. Como sucede
con cualquier maximalismo ortodoxo estéril, el hecho de querer imponer las
ideas desde la intolerancia religiosa produce un resultado execrable. Eso ha
sucedido antes, hoy y siempre. Las religiones para que funcionen hay que
vivirlas desde la libertad.
Argazkiak: Fernando Martinez de Eredita
Traducción
del original en euskera, que publiqué en mi blog Etorkizuna Etorkizun el 12 de enero
de 2015.