No soy teleadicto y el hecho de que una cadena de ETB se encuentre
“secuestrada” por una única serie no me causa dolor de cabeza. He de confesar,
no obstante, que de vez en cuando veo programas de entretenimiento y que el
dichoso “Vaya semanita” me ha proporcionado, aunque pequeña, alguna que otra reacción
incómoda.
Puedo entender – y ciertamente lo entiendo- que los vascos tengamos
necesidad de reírnos de nosotros mismos, ya que – en general- me parece muy
saludable que las personas seamos capaces de someternos sin miedo al qué dirán.
Es ejercicio que practico de forma periódica y aseguro que esa terapia me viene
estupendamente. No hay nada más sano que relativizar el precio que cada uno se
pone a sí mismo, algo que permite – por otra parte- seguir formando parte de un
colectivo esperanzador.
Participar con cuidada frecuencia en aventuras críticas con la manera de ser diaria de cada uno abre muchas puertas en la vida. Pero de ahí a ridiculizar o dejar ridiculizarse sin ton ni son hay una gran diferencia, aunque a veces algunos salten con gran facilidad de un lado al otro. En ese aspecto está claro que los vascos – y más los euskaldunes- hemos mostrado gran capacidad de sufrimiento. No hay más que recordar las aportaciones de impresentables personajes como Chomin del Regato.
Al incomprensible bombardeo de ETB con su “Vaya semanita” hay que añadirle el nuevo fenómeno de “Ocho apellidos vascos” que da nueva dimensión a un todo, para mí, difícil de digerir. Se ha superado con creces el objetivo de los productores que no era otro que el de ganar dinero. Fin lícito y digno de aplauso. Pero en la misma proporción en que aquéllos han triunfado, me ha asaltado la duda sobre la salud mental del colectivo vasco, ya que no llego a comprender cómo volvemos una vez y otra a perdernos por un ridiculizante vericueto laberíntico, sin – a todas luces- intentar buscar la salida.
Participar con cuidada frecuencia en aventuras críticas con la manera de ser diaria de cada uno abre muchas puertas en la vida. Pero de ahí a ridiculizar o dejar ridiculizarse sin ton ni son hay una gran diferencia, aunque a veces algunos salten con gran facilidad de un lado al otro. En ese aspecto está claro que los vascos – y más los euskaldunes- hemos mostrado gran capacidad de sufrimiento. No hay más que recordar las aportaciones de impresentables personajes como Chomin del Regato.
Al incomprensible bombardeo de ETB con su “Vaya semanita” hay que añadirle el nuevo fenómeno de “Ocho apellidos vascos” que da nueva dimensión a un todo, para mí, difícil de digerir. Se ha superado con creces el objetivo de los productores que no era otro que el de ganar dinero. Fin lícito y digno de aplauso. Pero en la misma proporción en que aquéllos han triunfado, me ha asaltado la duda sobre la salud mental del colectivo vasco, ya que no llego a comprender cómo volvemos una vez y otra a perdernos por un ridiculizante vericueto laberíntico, sin – a todas luces- intentar buscar la salida.
Cuando la saludable terapia periódica es sustituida por práctica continuada, la aptitud de la persona para reírse de sí mismo puede derivar en enfermedad crónica, colocando a aquélla en la antesala del idiotismo.
Este
artículo lo publiqué en euskera en mi blog ETORKIZUNA ETORKIZUN el 31 de marzo
de 2014