El 9 de marzo pasado se cumplieron 480 años del
nacimiento en Mondragón de Esteban Garibay y Zamalloa. Mejor dicho, de que hubiera nacido quien
más tarde sería conocido con ese nombre, ya que –al parecer- al jovencito no le
hacía gracia el orden en que su padre utilizaba los apellidos, por aquello de suponer
aquél un mayor empaque en el Garibay. Ese detalle es suficiente para obtener una
radiografía bastante correcta acerca de la complicada personalidad de quien
durante décadas luchó por hacerse un hueco en la corte castellana.
Esteban Garibay fue un hombre muy controvertido en
su época y aún hoy sigue dando de qué hablar a los historiadores. Podríamos
decir que se trata de una auténtica mina, válida para diferentes teorías, no en
vano los hechos y dichos de aquel historiador vasco siguen removiendo
sentimientos, sin dejar indiferente a nadie.
Contra los que afirman que fue un hombre integro y
alaban su trabajo se encuentran los que defienden que todo lo realizado por
Garibay estaba basado en una carrera a contra reloj en favor de sus propios intereses. Encontraremos a quienes
ensalzan la labor llevada a cabo por el mondragonés y a los que echan por
tierra la mayoría de sus logros. La historia no es, ni mucho menos, ciencia exacta y
una milésima desviación en el ángulo de enfoque dará lugar a una imagen
diferente, para unos y para otros. El color del cristal y los ojos del
observador pueden ofrecer diferentes versiones, hasta el infinito.
Aunque Esteban Garibay quiso ser un hombre práctico,
la realidad es que las dudas constantes y los enredos sin fin fueron el pan
diario en su vida. Cambió el escenario de su Mondragón rural por la Toledo
imperial, salto, a la postre, sin red. Y las cosas no le salieron tan bien como
él las deseaba. La corte de Felipe II era un nido de víboras y Garibay no supo
distinguir a sus enemigos, errando el tiro una y otra vez.
Sacrificó su familia y los amigos para embarcarse en
una dudosa empresa, sin conocer muy bien hacia dónde navegaba. Como pago a sus
desvelos, sudores y penurias con el “Compendio Historial” recibió la
indiferencia de la élite y la consecuente quiebra económica. Y el tener que
abandonar definitivamente su tierra
natal, si bien hasta el final de sus días llevó en el corazón su Mondragón, su Gipuzkoa
y su sentir vasco.
Monumento a Garibay, "desaparecido" |
No es, precisamente, una señal de sus dotes para
navegar en aguas procelosas el que, aun a pesar de contar con conocidos en
todos los estamentos de aquella enrevesada corte, casi todos le dieran la
espalda. Hasta el propio Padre Mariana su confesor era capaz de halagar los
oídos del mondragonés, para a continuación ponerle de vuelta y media en cuanto
desaparecía por la puerta. Eran dos versiones del jesuita Padre Mariana: la del aliviador de pecados … y
la del historiador concurrente.
Alguien que no recibió de Garibay más que muestras
de sumisión y fidelidad, como fue el mismo Felipe II, jamás habló abiertamente
a favor de aquél, balanceándose
constantemente entre el sí de hoy y el no de mañana. En aquel ambiente
de zozobra Garibay no podía esperar palabras de ánimo de los cortesanos. Y
vivió desilusionado, sin levantar cabeza desde el punto de vista económico y sabedor
de que sus indudables logros no iban a abrirle puertas de importancia en
palacio. En ese contexto, muy difícilmente podía Garibay gozar de un mínimo de
sosiego que le permitiera disfrutar de sus trabajos como historiador.
De todos modos y por encima de otras
consideraciones, hay que afirmar que Garibay abrió camino en una época en que
casi nada se sabía del sentido de la palabra historiografía. Es cierto que en
el trabajo del gipuzkoano encontramos capítulos confeccionados con puntual
fidelidad y otros en los que sobresale un elevado espíritu soñador.
Pero todo ello, en cualquiera de los casos, no impide que deba considerarse a
Garibay como uno de los historiadores españoles punta de su época.
Siguen y seguirán escribiendo sobre Garibay los
actuales y futuros escrutadores de la historia y aunque en una primera lectura
nos puedan parecer contrapuestas las teorías que elaboran al respecto, la
verdad es que en una segunda más pausada puede llegarse a considerarlas
complementarias. Porque Garibay no fue, en absoluto, un personaje de perfil
único. Más bien, siempre actuó como cristiano viejo, vasco, cortesano, temeroso
de Dios … e historiador.
Nota: este artículo lo publiqué en euskera en la revista Euskonews el 13 de marzo de 2013.
Fotos: Euskomedia Fundazioa