La genuflexión es un hecho cien por cien insalubre, nada más y nada menos que desde que en la noche oscura de la historia tomó cuerpo la diferencia entre buenos y malos. Razones religiosas o de sometimiento social son las que han extendido sus tentáculos punitivos en un intento por negar y esterilizar la acción reflexiva en libertad. La genuflexión se ha relacionado con la virtud de la humildad, en aras a hacer más llevadera a la persona la dependencia hacia su superior. Pero la humildad, para que sea verdadera, ha de darse desde la igualdad. En caso contrario es mentira, fraude.
La genuflexión no
es más que una demostración inducida del sentimiento del miedo. Y la acción
marca el nivel de cobardía, escenificándose a la clara en el movimiento
del genuflexor síntomas graves de
sometimiento espiritual. Sin embargo, la genuflexión no se produce sólamente
con el hincado de rodilla, ya que lo que persigue el gesto es la alienación
cada vez mayor del sujeto, amansándolo y sometiéndolo. La fórmula es lo de
menos.
La forma de
genuflexión viene dada, por lo tanto, por el tipo de palanca que se utiliza
para que a través del olvido del valor de su persona se induzca al individuo a
la alienación. Y en nuestra sociedad se han multiplicado hasta límites
insospechados las categorías y modos para asegurar la dependencia. La
genuflexión es la muerte moral de la sociedad y, tal como vamos, parece que la
nuestra aprecia demasiado la compañía de la tétrica amazona.
¿Cómo se puede escapar de la esclavitud que supone
la dependencia inducida? Poniendo en práctica una sola palabra: dignidad.
Dignificando sin temor nuestra diaria participación en la vida romperemos las
cadenas del sometimiento, y aunque nos resulte costoso, únicamente a través de
ese proceder llegaremos a ser libres de doblar la rodilla ante nadie.
Traducción del artículo que escribí en euskera en mi blog Etorkizuna Etorkizun el 29 de octubre de 2012.
Esta es otra forma de atropellas o violar los derechos humanos.
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