Una de mis lecturas de este pasado agosto fue la de un libro con muchos años en sus tapas. Y tanto que muchos, ya que cuando lo tuve en mis manos por primera vez no pasaba yo de ser un jovencito imberbe en sus catorce. Lo leimos en clase como libro de texto, siendo su título “Aprendiz de hombre” firmado por el escritor español Gonzalo Torrente Ballester. En el transcurso de su re-lectura han vuelto a surgir en mí recuerdos de una época en la que nos estábamos forjando como futuros competidores en un mundo que nos esperaba agazapado.
La primera edición del libro –de la mano de la Delegación Nacional de Juventudes-
fue realizada en 1960 y el ejemplar que yo tengo corresponde a la cuarta, de
1963. El objetivo del texto –como ya lo deja adivinar su título- no era otro
que entrenar a los jóvenes (masculinos) en los valores de una época española “gloriosa”.
Semejante
el texto a los utilizados hasta entonces en la asignatura “Formación del
Espíritu Nacional” en su contraportada
se puede leer: “Esta obra ha sido
declarada de texto para enseñanza de Educación Política de 2º Curso de
Bachillerato General”
Pero
el libro presentaba para la época una novedad importante: recogía textos escogidos de
escritores famosos de la literatura universal de todos los tiempos. De esta
manera nos introdujimos en Sofocles, Kipling, Frisch, Aldecoa, Curie, Chejov,
Foe, Shakespeare, Vigny … Jose Antonio Primo de Rivera, Perez de Urbel, Miró y
otros, que, entiendo, fueron considerados políticamente correctos.
Torrente
Ballester realizó la preparación y edición del libro y escribió su prólogo, así
como la introducción y epílogo de los diversos capítulos en que está dividido. A
todas luces, el escritor gallego tuvo que hacer ejercicios de equilibrio para
no darse de bruces con la censura imperante.
No
recuerdo en absoluto la impresión que me produjo el libro en aquella mi primera
lectura. Seguramente que ninguna. Sin embargo, la de este verano me ha llenado
de estupor por el tono utilizado por Torrente Ballester en ciertos capítulos. He
aquí dos ejemplos:
En el primero, bajo el titulo “Cuando se desdeña el
trabajo” se lee: “¡Penoso espectáculo el de
la gran España, con sus campos incultos, sus labradores pobres, sus ciudades
melancólicas y sus miles y miles de tramposos, ladrones, pícaros y mendigos …
El arte de robar constituido en meta de las aspiraciones de los muchachos …
porque es profesión lucrativa”
En el
segundo, titulado “El señoritismo” escribe Torrente Ballester: “El español no cree en la eficacia del
trabajo. El menosprecio del trabajo llega a inventar la curiosa paradoja de que
el trabajo es deshonor. Cuando la sociedad piensa disparate semejante ¿quién
puede asombrarse de que la gente no trabaje? Y sucedió que mientras los
españoles holgaban o esperaban el remedio de la fortuna que había de llegar sin
esfuerzo, el resto de los paises europeos se levantaban sobre su esfuerzo,
sobre su trabajo. Aquí no nos dábamos cuenta de que corrían una carrera en
la que nos iba a ser muy difícil alcanzarlos”
Todo ello fue
escrito en julio de 1960. ¿Serían aplicables
tales manifestaciones hoy en día?
Nota: los subrayados
son míos
Sin que traer a colación esta referencia quiera decir mi acuerdo total con el artículo, aunque considero que hay cosas manifiestamente reales, aunque no generalizables, invito a asomarse a http://kibbercoop.wordpress.com. La cosa obviamente va con el ardiente tema que ha reventado en Arrasate. Si sirve para alguna reflexion positiva me alegraré. Y si los que tienen la fortuna de que su empresa va bien ponen sus barbas a remojar... pues no sería muy mala idea. digo yo....
ResponderEliminarEugenio, gracias por tu aportación.
ResponderEliminarLa reflexión de kibbercoop, acertada, sin duda. A ver si comienza de una vez la rebelión de las masas, necesaria para salir de todo este mundo irreal que nos hemos creado. Pero para ello es necesario que los componentes de aquellas se den cuenta de su situación. En otro caso, seguiremos igual de perdidos.
¡A pelear!