Han cambiado los recursos técnicos y los propios medios de
comunicación, pero el deseo (y la necesidad) de escribir sigue en mí tan fuerte como entonces. Y ello se debe a
que la escritura se convirtió en una de mis condiciones vivenciales primordiales. La necesito.
Cuarenta años son todo una vida, que se esfuma en un plis-plas, hecho que no
permite distraerse en el camino. Y
cuando ahora miro hacia atrás, colocando los buenos y malos recuerdos en mi
balanza literaria, pienso que me ha merecido la pena.
No sé si me dedicaría a la literatura euskaldun en caso de volver a
nacer. Si encontrara los mismos condicionantes sociológicos y culturales de aquellos comienzos, seguro que lo haría. Y en ese aspecto debo decir que he
sido afortunado, ya que desde que partí de aquel puerto medio vacío y oscuro en
busca de nuevos horizontes, los vientos han soplado casi siempre a mi favor. Se
podría decir que me embarqué en el momento idóneo. Pero eso lo sé ahora, justo
después de transcurrir cuarenta años. Cuando estaba a punto de subir a bordo
nada predecía lo que la travesía me depararía.
Sigo
embarcado y sé que cuando no sople viento me aferraré a los remos. Lo
importante es navegar.
Este
artículo lo publiqué en euskera en mi blog ETORKIZUNA ETORKIZUN el 17 de febrero de 2014
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