Dedicado a mi amiga argentina-vasca Letizia Maldonado Arruti
Normalmente las cosas suelen cambiar al cabo de un siglo. En el mejor de los casos, lo que antes era algo vivo pasa al almacén del recuerdo como mero referente, y lo que antes no existía se nos presenta ahora con gran pujanza. Las generaciones jóvenes, por falta de referencias, son incapaces de medir el tamaño del cambio registrado en un espacio de tiempo superior a su edad vivida. Cien años no son nada en el total de la historia general pero pueden resultar una eternidad en los pormenores de la historia local.
Acabo de leer en el número de la revista Anuario de Eusko Folklore de 1921, un artículo dedicado al lenguaje infantil en el país. Y tengo que decir que bastantes palabras me eran totalmente conocidas y que, incluso, mis padres utilizaban cuando hablaban conmigo. Algo que posteriormente yo no hice con mis hijos más que en alguna rarísima ocasión.
En el entorno rural en el que vivo,
miro a mi alrededor y no veo vacas, bueyes, yeguas, cabras… ni, incluso, una
triste gallina. ¿Cómo voy, por lo tanto, a llevar a mis labios cuando juego con
mis nietas/o los términos “momu”, “mitxin”, “bekerreke”, “purra” y otros, si
para ellos aquellos animales – por transmisión televisiva, que no de contacto-
no son otra cosa que behi (vaca), katu (gato), ardi (oveja) y oilo (gallina)?
Fotografía: JMVM
Traducción del original
en euskera, que publiqué en mi blog Etorkizuna Etorkizun el 13 de agosto de 2018