Fue uno
de los días más bonitos de lo que va de año. El miércoles de la semana pasada
tuve que intervenir ante un selecto público de treinta niños/as de la guardería, sentados alrededor
mío. Hace seis años escribí en este mismo lugar sobre lo que me supone este ejercicio, y prometiendo que no voy a repetir lo dicho entonces, vuelvo a reafirmarme
en mi idea, subrayando que pasé una estupenda
hora.
Los niños son niños, siempre, aquí y
en cualquier otro lugar. Y nos debemos de acercar a ellos con el debido respeto,
ya que están totalmente abiertos a la información que les llega de
cualquier fuente y dispuestos
a digerirla, siempre que el informante sepa cuidar la forma de transmisión.
También en esta ocasión debía
hablarles de la historia de su pueblo y aunque no es una
empresa muy fácil cada
vez soy más consciente – gracias, sobre todo, al contacto diario con mis nietos-
de que la conexión con los más
pequeños/as hay que prepararla a través de la consideración y la constancia. No
tiene nada que ver con la forma de preparar una charla para gente adulta,
aunque el contenido sea parecido. Las herramientas para captar la atención de
los niños son diferentes.
Confieso que mi admiración por
los maestros/as crece de día en día. Estoy convencido de que desde su atalaya
de experiencia acumulada se sienten recompensados con la respuesta de los que
un día pasaron por sus aulas. Ya me gustaría conocer qué es lo que recuerdan de
mi charla dentro de un tiempo los niños/as que el pasado miércoles me escucharon
respetuosamente.
Traducción del original
en euskera, que publiqué en mi blog Etorkizuna Etorkizun el 28 de mayo de 2018
Argazkiak: Miren Etxebarria
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