Me ha sucedido en más de
una ocasión: al terminar la operación comercial que me ha llevado a negociar
con algún cliente de religión musulmana, me asalta una extraña sensación que me
deja preocupado durante largo tiempo. ¿Existe en el mundo alguien más
capacitado para los negocios que un seguidor de Mahoma?
Lo leí hace mucho tiempo:
según el Profeta, al reino de Allah se
llega solamente a través de los caminos de la oración y de la limosna. Dando la
espalda a cualquiera de esas dos obligaciones se cierra de manera definitiva la
posibilidad de la felicidad eterna. Mientras la oración es un ejercicio que
cada persona puede realizar como consecuencia de un acto volitivo íntimo,
parece ser que la limosna – sadaga, en su idioma- debe ser ejercida con cualquier mortal en
necesidad, extendiéndola en su manifestación pública tanto cuanto se desee. Que
se haga con todos es lo que yo pongo en duda, ya que pienso que discriminan a
los que no profesan su religión. Por lo menos a mí.
El mundo de los negocios
se ha puesto muy complicado últimamente. Y puedo asegurar que, cuando hay que acordar
precios con un individuo seguidor a pies juntillas del Corán, uno las pasa
canutas. Esta noche he cenado con dos de esos fieles coranistas, y tengo por
seguro que no me encuentro entre los elegidos por Mahoma. ¡Me han machacado!
Xabier Mendiaga –mi amigo
del alma- me ha querido tranquilizar cuando he comentado con él, vía teléfono,
mi situación anímica.
-
No te preocupes. Tú
estate tranquilo... ¡Los infieles son ellos, y están abonados al infierno!
-
Pero entonces...
¿con quién negocio?
Le he respondido, más
hundido aún.
Traducción al español del original en euskera, publicado el 30 de junio de 1.991, en Euskaldunon Egunkaria.
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