En la actual isla de Zuaza, estaba el pueblo de Landa |
El pueblo llano tuvo mucho que ver con
el nacimiento de la literatura de los evangelios apócrifos. Su imaginación y la
inclinación para interpretar determinados sucesos extraordinarios, dieron un
signo especial a la rutinaria vida en los siglos pasados. El estilo de vida
rural ofrece una valiosa guía para la interpretación de los entresijos de la
sociedad, la cual –salvo excepciones- ha tenido mucho de campesino hasta
comienzos del siglo XIX.
Mi familia paterna, como lo demuestra
claramente su apellido, es de ascendencia alavesa. Los “velezdemendizabal”
tuvieron su solar en el pueblecito de Landa. Aldeanos de cuerpo entero, por lo
tanto, ya que salvo los hojalateros –es decir, los que al tener un oficio diferente
como zapatero, herrero etc. carecían de tierras de labrantío- la mayoría
confiaba sus sueños al producto de la cosecha.
Siguiendo al historiador Iñaki Zumalde, la
familia Velez –que en la alta Edad Media ocupaba cargos de relumbrón en el
reino de Navarra- dio comienzo al linaje de los Guevara.
Mis ancestros más directos eran mucho más
sencillos, y mi tatarabuelo Antonio casó al caserío paterno de Landa con la
aramaioarra Francisca Murua del barrio de Gantzaga.
Estamos en la segunda mitad del siglo XIX.
Los vecinos de Landa habían sido testigos en 1839 de la demolición del castillo
de Guevara, como consecuencia de la derrota de los carlistas en la primera
guerra. La segunda carlistada estaba apunto de estallar. Y el hambre y las
necesidades apretaban duramente en la economía de los modestos baserritarras.
Siendo los niños y niñas mano de obra barata para las labores del campo los
caseríos se llenaban de hijos e hijas. Y así sucedió también en el hogar de
aquellos mis antepasados, en donde con cada nacimiento de un nuevo miembro
familiar aumentaba la esperanza pero, a la vez, también la angustia.
Amanita Phalloides |
Era el 26 de septiembre de 1862. En los
alrededores de Aldaia regados por el Zadorra alguien de la familia se afanaba
en la búsqueda de setas. No debía de ser la primera vez que aquel cuerpo
fructífero iba a acompañar la comida o la cena de la familia.
Pero en esta ocasión alguno de la familia cometió un grave
error, y la tragedia se produjo en casa de mis tatarabuelos: la madre y tres
hijos fallecieron envenenados en el transcurso de veinticuatro horas, es decir
el día 27.
Mi bisabuelo Nicolás, quien a la fecha era un
mocoso de seis años, parece que no participó de aquel fatal banquete y salvó su
vida. La cual tuvo que ser reorganizada, siendo recogido por una familia de Mondragón,
en donde desde muy niño comenzó su periplo en la industria local. Fue un
magnífico cerrajero, siendo bautizado con el sobrenombre de “Maixu Txiki”,
apodo que los miembros de mi familia hemos llevado desde entonces.
Esta curiosa historia, que la conocía por
transmisión familiar pero sin rigor de detalle, me resultó más interesante
cuando la pude documentar con datos obtenidos en el Archivo de la Diócesis de
Vitoria.
1.- Ella era natural de Aramaio, y yo
también.
2.- No creo que le quedaran ganas de volver a
probar setas en su vida, y a mí nunca me han atraído ni la micología ni los
revueltos de perretxikos.
3.- Falleció un 27 de septiembre, y yo vine
al mundo tal día como ése pero ochenta y siete años más tarde.
O sea, que casi-casi me atrevería a decir que soy mi tatarabuela.
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