En política participativa soy
tan viejo como todos los que dieron el salto a la democracia en el lejano junio
de 1977. En aquella primera cita con las urnas nos acercamos a ellas llenos de
ilusión, confiando en que con nuestro voto íbamos a proporcionar un nuevo color
y una nueva forma de participar al marco político hasta entonces conocido. Tras
cuarenta años – dos generaciones- las cosas se ven de otra manera.
En el mundo de los negocios en dos generaciones suelen desaparecer muchas empresas en un principio pujantes. Los logros de unos pioneros ilusionados pueden ser echados a pique por unos herederos pasivos y faltos de imaginación. Los zánganos incrustados en el negocio paralizan la dinámica de las abejas obreras, agotando las reservas, y la empresa cierra. En dos generaciones se ha sido capaz de poner el requiescat in pace. Se han olvidado de empujar debidamente y la desesperación y el desánimo se han apoderado de los trabajadores.
En el mundo de los negocios en dos generaciones suelen desaparecer muchas empresas en un principio pujantes. Los logros de unos pioneros ilusionados pueden ser echados a pique por unos herederos pasivos y faltos de imaginación. Los zánganos incrustados en el negocio paralizan la dinámica de las abejas obreras, agotando las reservas, y la empresa cierra. En dos generaciones se ha sido capaz de poner el requiescat in pace. Se han olvidado de empujar debidamente y la desesperación y el desánimo se han apoderado de los trabajadores.
Proceso semejante se da en el mundo de la política. Los zánganos
obstaculizan toda renovación, mientras desde su incapacidad hacen responsable
al prójimo de su propias calamidades. Son incapaces de darse cuenta que el
problema son ellos. Sin renovar el aire no se puede avanzar, la situación se
hace irrespirable. Y como consecuencia, los votantes – los ciudadanos normales-
son los perjudicados, por ser el eslabón más débil de la cadena. Quienes no invierten
en mejorar sistemas, metodologías, productos y – al fin y a la postre- en el
bienestar de los trabajadores se ven condenados a cerrar la empresa. Sucede
igual con los partidos políticos: la esclerosis mental puede llevarles al
desastre más impresionante, en dos generaciones. Y entonces la formación
política debe cerrar sus puertas.
Nota: con el último verbo he arriesgado bastante, ya que los partidos no suelen mostrar interés de cerrar !Ah! Y la
precedente reflexión está dedicada al PSOE, con motivo del esperpéntico espectáculo
que nos está ofreciendo.
Traducción del original en euskera, que
publiqué en mi blog Etorkizuna Etorkizun el 3 de octubre de 2016
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