Escribía hace algún tiempo sobre la especial atalaya desde la que los clasificados como pasivos nos asomamos al mundo. Se
acabaron los insufribles avisos del despertador anunciándonos que debíamos abordar
una vez más el trabajo remunerado; olvidamos para siempre la tremenda zozobra
de fin de mes sobre el color que presentaría el resultado de pérdidas y
ganancias; en una palabra, dimos carpetazo al trabajo profesional y nos
preparamos a llenar de contenido diferente las veinticuatro horas del día.
El punto de inflexión de la jubilación nos abrió un espectro de posibilidades y ante nosotros apareció un mundo diferente. Es por ello que hoy quiero dedicar un aplauso muy particular a dos de mis excompañeros de estudios, y la razón no es otra que la de haber demostrado bien palpablemente que más allá del quehacer profesional existen espacios para el trabajo bien hecho.
El punto de inflexión de la jubilación nos abrió un espectro de posibilidades y ante nosotros apareció un mundo diferente. Es por ello que hoy quiero dedicar un aplauso muy particular a dos de mis excompañeros de estudios, y la razón no es otra que la de haber demostrado bien palpablemente que más allá del quehacer profesional existen espacios para el trabajo bien hecho.
Miguel Luis con sus pinceles y Fernando con el clic de su máquina fotográfica nos han dado un nuevo ejemplo de que la vida puede seguir sonriéndonos. Eso sí, los espacios hay que buscarlos.
Miguel Luis Agirrezabal expone sus cuadros en Lukas Ardotegia de Zarautz, hasta el 22 de junio. Y Fernando Martínez Sarasketa ha fotografiado los cuadros expuestos.
Traducción del original en
euskera, que publiqué en mi blog Etorkizuna Etorkizun el 12 de junio de 2017
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