Todas y cada una de las secuencias de nuestra propia película vivencial son almacenadas en algún lugar de la memoria, tan pronto como son rodadas. Allí, en la práctica totalidad de los casos, el polvo del olvido las va haciendo desaparecer, y muy de vez en cuando alguna de ellas – impulsada por un determinado resorte- es recuperada, si bien desgastada por el no uso. Con impulso o sin él, todas las vivencias se apagan para siempre, justo con nosotros mismos, ya que nadie tiene capacidad de abrir con su llave el almacén memorístico ajeno.
Momentos antes de comenzar a
escribir estas líneas ha funcionado uno de esos especiales resortes. Se trataba
de un cuaderno de apuntes de matemática que yo había recogido con quince años. Estoy seguro de que el cuaderno era mío ya que he reconocido el tipo de letra
que utilizaba entonces. Lo que me ha sido imposible de recordar es aquello que parece estudié hace cincuenta y tres inviernos. Las elipses, bisectrices, logaritmos neperianos,
derivadas, productos de funciones etc. desaparecieron
para siempre de las estanterías de mi memoria. Igual que si no las hubiera
vivido nunca.
Traducción del original en
euskera, que publiqué en mi blog Etorkizuna Etorkizun el 10 de julio de 2017
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