La uva
es naturaleza y el vino arte, como lo son la voz y la palabra, respectivamente.
La capacidad del habla se nos da por naturaleza y a través de la palabra somos
capaces de crear vibraciones que pueden alegrar o entristecer el espíritu. La voz es una
capacidad innata y la palabra su herramienta, la potencial productora de arte.
Se
puede conseguir vinos diferentes de la misma cosecha. Todo depende de la
habilidad y recursos de quien maneja la uva. Algo similar sucede con los
discursos, ya que pueden resultar totalmente diferentes aunque se utilicen el
mismo tema e igual tono e intensidad de voz. Unos serán dignos de aplauso y otros indiferentes
o incluso condenables.
Es
imposible el arte a través de la palabra si en el ejercicio no se pone más que el
orden y la grandilocuencia de los términos utilizados. Se necesita aportar un
poco de alma si no se quiere que el discurso caiga en una retahíla de
aseveraciones cuadriculadas. Y me estoy dando cuenta de que cuanto más viejo
soy más me importunan los discursos cerrados, sin oportunidad a la chispa
estimulante de sentimientos. No me interesan, los considero estériles. Quizás
por ello, mientras la cuidadísima y ortodoxa intervención de un obispo me
producen vibraciones negativas, el nerviosismo de una chica ante su auditorio
pone en sus palabras algo similar a una caricia en momentos dolorosos. Esto
último es arte. Lo del purpurado, disertación yerma.
Argazkia: Tere Anda
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