He comenzado el año de manera impecable con
los tres nietos/a juntos. Ha sido la primera vez en que la alicantina y los dos
mondragoneses se encontraban juntos en nuestra casa y la verdad es que han sido
días estupendos. Los dos
mayores tienen tres años y la chiquitita ocho meses. De los euskaldunes, el único que puede expresarse
oralmente lo hace en euskera, aunque en su vocabulario van apareciendo más y
más palabras castellanas. La alicantina se expresa en valenciano, si bien
gracias a la constancia y enseñanza de su padre entiende lo que se le dice en
lengua vasca, y – entre nosotros- como
aún no tiene conocimiento del significado de la palabra identidad vive sin
trauma alguno.
Resulta que en la interacción verbal durante estos días entre los peques y yo me he dado cuenta de un fenómeno curioso: he sido
el que se ha sentido más incómodo ¿Por qué? Seguramente por haber querido,
desde mi mentalidad de persona mayor, establecer para todos un puente
lingüísitco sin aristas, cosa imposible ya que ello significaría dibujar de un
trazo un cuadrado redondo. Sin embargo, entre mi nieta/o mayores una ha erigido
su parte del puente en valenciano y el otro en euskera, y me han vuelto a
demostrar que el hacerse comprender no es cosa
sólamente de palabras sino de querer entenderse a través de la afectuosidad de
ellas.
Traducción del original en euskera, que publiqué en mi blog Etorkizuna Etorkizun el 08 de enero de
2018.
Foto: JMVM
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