Cuando en 1938 el escritor Alexander Kuprin regresa a su
tierra natal de su exilio en París, lo hace a la estación del tren en Moscú,
donde desciende con todo su equipaje. Su sueño se está haciendo realidad: se
arrodilla y se inclina sobre la tierra de sus mayores para besarla. Cuando se
incorpora con el corazón henchido de alegría... se da cuenta que le han robado
las maletas. Resignado pero sin perder la sonrisa, lanzó la frase que desde
entonces va unida a Kuprin: “Usnaiu tevia, Rosia” –¡Te reconozco, Rusia!
En un período de quince días he tenido que viajar dos veces a Moscú. En la
segunda, tras descender del avión –eso sí, sin arrodillarme- me desapareció el
equipaje. No podía ser una rara excepción a la regla.
Soy una pequeña muestra de los visitantes occidentales que en los últimos
meses estamos llegando a la Unión Soviética o, mejor dicho, a la revuelta
anarquía popular que queda de aquel fraude. Me encuentro, como el más modesto
de ellos, entre la legión de
observadores que han arribado a estas tierras para dar desde nuestra visión
práctica particular una respuesta a las necesidades de este mundo desconocido
que se está abriendo. Y nos encontramos, por lo menos yo, en la necesidad de
dar una interpretación totalmente diferente a los datos que se nos presentaban
sobre “La Casa de Todos” aún no hace tanto tiempo, llegando en nuestras
conclusiones a posiciones contradictorias con las anteriores.
El ideólogo Lenin, desaparecido de entre los vivos en 1924, ha vuelto a
morir, habiéndose enterrado con él su ideario y su legado espiritual. Al
comprobar cómo ha aumentado en los moscovitas la fiebre por la liquidación
general, estoy seguro de que en breve venderán también el mausoleo de Lenin.
Puedo asegurar y demostrar que a un amigo gasteiztarra le quisieron vender hace
unos días el búnker de Lenin de Ismailovo.
La política de la sin razón ha dejado sus huellas por doquier y sin duda los ex-soviet las van a pasar
moradas para poder levantar la cabeza. Zelenogrado es la más afamada zona industrial
de Moscú. El viaje hasta allá es todo un espectáculo: proyectos de macro
fábricas, abandonados en el esqueleto de su estructura; increíbles y
mastodónticas grúas, devoradas para siempre por la herrumbre; gigantescas zonas
industriales militares a punto de morir, después de haber invertido millones de
millones de rublos...; y, seguramente lo peor de todo, métodos y sistemas de
gestión arcaicos por parte de los dirigentes.
El desastre que podemos encontrar en Rusia se multiplica si damos el
salto a cualquier otra república. La repentina caída de la Unión Soviética
cogió desprevenido no solamente a los ortodoxos comunistas sino también a sus
más encarnizados enemigos. La de ahora no es una vuelta más en la acostumbrada
tendencia centrifugadora, sino una explosión no controlada. Rusia y Ucrania,
las más pobladas con 147 y 52 millones respectivamente- han guardado para ellas
durante las últimas siete décadas la mayoría de los medios económicos. Ahora
que los escombros del imperio lo inundan todo, el fantasma de la miseria crece
de día en día en las otras repúblicas, habiendo perdido su valor básico el
hermoso concepto de solidaridad.
Ilustraciones: Ekain Velez de Mendizabal, para mi libro "Moskuko gereziak"
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