La corrupción es, por otro lado, la divisa más sobresaliente entre los
rusos. En los tiempos de Pedro I el Grande, San Petersburgo fue el nido de los
dirigentes corruptos. La época de los bolcheviques acrecentó el nivel de
desviación moral. Hoy en día, visto lo visto, se está volviendo a los mejores
métodos, si bien con ribetes contemporáneos. Los post socialistas de San Petersburgo
negocian con el capital occidental, saltándose todas las leyes y normas
administrativas, sin importarles para nada la inflación sin freno del rublo.
Las autoridades de la ciudad han vendido a una empresa turística francesa la
isla “Nueva Holanda” sita en el río Neva. Por lo que se ha conocido
posteriormente, en el capital de dicha empresa participan aquellas honorables
autoridades. Proudhome decía que la propiedad es un robo; está claro que su
teoría tuvo muchos seguidores, tanto en la democracia como en el
absolutismo.
A efectos de incentivar la iniciativa privada una racional política de
estado debería ayudar a la sociedad rusa en aspectos económicos y financieros.
Eso sería lo normal, pero en la economía post socialista la estructura del
poder no está por la labor y los ejércitos de funcionarios que nadan como peces
en las aguas de la burocracia pretenden seguir con lo mismo, siendo de esta
forma los verdaderos beneficiados en el nuevo sistema. Y manipulando la
información, toman medidas que les
resultan favorables a ellos mismos, de forma parecida a como lo hacían con el
régimen soviético. Lo único que les diferencia del anterior sistema es que
ahora los beneficios van directamente al bolsillo de dichos funcionarios
corruptos, olvidándose de los caminos sinuosos y del lenguaje extravagante
anteriores.
Nikolai Shmeliov dice en su novela “En la casa de Pashkov” que cualquier
revolución acarrea un millón de errores. Si nos ceñimos al reparto de poder y a
las consecuencias que ello está trayendo a la economía rusa, el cálculo de
Shmeliov se está quedando corto. Los efectos que causará la inadecuada
infraestructura económica dejarán en nada los malos tragos que pudiera provocar
el más terrible de los terremotos. Pronto les llegarán las cartillas de racionamiento
para la generalidad de los aprovisionamientos. La inflación subirá sin límite y
cada individuo deberá encontrar su fuente de financiación que sustituya a la
que no le llegará de la Casa de Todos.
Si se abrieran las fronteras los antiguos leninistas saldría disparados
atraídos por el oropel del mundo occidental. Gorbachov basó en eso el desafío
lanzado a la Comunidad Económica Europea al realizar su solicitud de ayuda
financiera. El sabe muy bien que su arma más peligrosa son los millones de ciudadanos
desilusionados, dispuestos a largarse a la mínima oportunidad. Como digo, todas
las repúblicas van a pasarlas de a kilo, sobre todo las que van en el furgón de
cola de la independencia. El invierno que se acerca les va a pasar tremenda
factura, estando como están los almacenes vacíos, y la tasa de desempleo subirá
una barbaridad, ya que los primeros cálculos auguran que un 30% del personal
está de sobra. Si bien, análisis realizados por expertos europeos occidentales, piensan que ese porcentaje quedará muy superado.
Los gastos militares deberán ser reducidos... ¿pero quién le pone el
cascabel al gato? En la población la frustración es un hecho, al no saber qué
les traerán la falta de ideas de sus dirigentes y el futuro inmediato. La, en
su opinión, lograda libertad no les supondrá alivio a corto para sus problemas,
al no proporcionarles nueva constitución,
ni apropiadas leyes de mercado ni regeneración adecuada del entramado
social.
La Unión Soviética
ha vivido en situación de emergencia durante los últimos setenta años. La
perestroika ha querido parar la artificialidad y la mentira. Pero diputados,
ministros, tecnócratas y militares desean un billete de vuelta al paraíso
perdido. El resto –es decir el pueblo llano- reivindica y exige nuevas leyes que
le permita hacer frente a la remodelación económica que el cambio de sistema ha
de traer. La situación de emergencia ha tenido siempre su lógica, lógica
interna, por supuesto, que aparece fielmente justificada en la historia. En los
estertores del socialismo, sin embargo, esa emergencia se está imponiendo a la
vista de lo que hay.
“Tú eres jefe, yo, por lo tanto, imbécil; yo soy jefe... luego el imbécil
eres tú” Eso es lo que dice, poco más o menos, un viejo adagio ruso, queriendo
dar a entender la debilidad de la persona y la relatividad de los valores
momentáneos. No parece que a corto vaya a cambiar la dirección de las fuerzas
rectoras. La sartén se mantiene cogida en su mango por parte de los de siempre,
no vislumbrándose nubes claras en el panorama. Están cayendo monumentos pero la
sombra del sistema sigue en su sitio, quizás con una hechura más estilizada. La
solución, en mi opinión, no está en la total desaparición de Lenin, ya que la
memoria histórica es necesaria para avanzar. Solamente superando a Lenin podrán
lograr los habitantes de aquellas repúblicas la libertad política, social y
económica.
Ilustraciones: Ekain Velez de Mendizabal, para mi libro "Moskuko gereziak"
Traducción del original en euskera, que publiqué en Euskaldunon Egunkaria el 17 de noviembre de 1991
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