Entendemos por esa
palabra el hecho de hacer compatibles dos personas o elementos. Y ese es,
precisamente, el tema de conversación que día a día se hace más normal en nuestras
relaciones sociales. Hay que conciliar el trabajo y la vida familiar, decimos
convencidos de nuestras palabras. Y parece que una gran mayoría estamos de
acuerdo con tal tesis, pero…
Pienso que la
conciliación debe comenzar desde uno mismo, y que individualmente hemos de
cambiar esa especie de gen de incompatibilidad que todos llevamos. Lo que la
sociedad no ha valorado ni tenido en cuenta hasta ahora no va a cambiar por arte de magia. Debe producirse un salto
cualitativo importante en nuestra forma de pensar y vivir. Afortunadamente cada
vez somos más los que pensamos que la conciliación podría (y debería) convertirse
en derecho natural fundamental, para no vernos abocados a la alienación más
angustiosa por mor de la ocupación laboral (o de la falta de ella)
Quienes, por
razones de calendario, somos testigos del crecimiento de nuestros nietos/as
sabemos de la riqueza afectiva que supone la relación establecida entre
nosotros. Precisamente, me
atrevería a generalizar, riqueza que por un montón de razones (algunas objetivas,
muchas subjetivas) generadas por nosotros mismos, no fuimos capaces de gozar
con nuestros hijos/as. Por eso mismo, ¿no es hora de que se establezcan las
condiciones para que la satisfacción que en nuestro caso se da, pueda florecer
entre hijos/as y sus respectivos progenitores? El objetivo no es fácil, pero
nadie llega a la meta sin comenzar la carrera.
Fotografías
Traducción
del original en euskera, que publiqué en mi blog Etorkizuna Etorkizun el 21 de marzo de 2016.
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