Vine al mundo en Aramaixo, el único pueblo de Alava en que, en opinión de los
honorables miembros de UA (Unidad Alavesa), el euskera tiene algo de historia.
Y he de confesar que nací castellano parlante y que así me escolarizaron, todo
ello gracias a especímenes semejantes a los uniónalavesistas, quienes
impusieron a la fuerza su ideología. La personalidad euskaldun que no me llegó
a través de la leche materna la adquirí a base de mala leche, como tantos y
tantos, aun a pesar de que los antecesores de los UA nos pusieran todas las
trabas y más, impunemente.
En algunos pueblitos de Alava perdura viva una costumbre que se repite el
último día del año. Durante el postrero anochecer de diciembre se apilan en la
plaza del lugar todos aquellos utensilios que han quedado inservibles,
susceptibles de quemar y se les prende fuego. A esa ceremonia se le dice
“errepuierre”, es decir, “urteari ipurdia erretzea” o, en román paladino,
quemar el culo al año. Los chicos y chicas que cantan y bailan alrededor del
fuego piden frente a los trastos convertidos en cenizas por el fuego
purificador que el año entrante les traiga nuevas experiencias y muchos bienes.
Me ha llamado por teléfono hace unas horas mi amigo Xabier Mendiaga para
felicitarme el Año Nuevo y me ha confesado que para él 1992 sería
suficientemente bondadoso, si todos y cada uno pudiéramos engancharnos
dignamente a un trabajo, si los políticos vascos aparecieran un poco más
valientes a la hora de hacer frente a quienes nos impiden el despegue, si los
intelectuales fueran algo más profundos y claros en sus mensajes a sus
coetáneos sobre compromisos a adoptar en esta sociedad actual tan desorientada,
si los escritores y resto de creadores fuéramos más críticos a la hora de
separar el trigo de la paja, si los euskaldunes, en general, nos comportáramos
más responsablemente en cuanto al significado de esa palabra...
Traducción del original en euskera, que publiqué en Euskaldunon Egunkaria el 29 de diciembre de 1991
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