Los regalos pueden ser de múltiples tipos, si bien el objetivo final no es
otro que transmitir al regalado sensación de simpatía por parte de su
obsequiador. Con matices, pero en el fondo ese es el objeto del regalo.
Los
cumpleaños, cualquier día elegido por los comerciales para hacer vibrar con
fuerza el amor entre personas (La Madre, el Padre, San Valentín...) los momentos felices tras haber superado los
exámenes, los previos a preparar el presupuesto del próximo ejercicio en
empresas y administraciones etc. Todas esas y más son las ocasiones propicias
para obsequiar. Y cualquier regalo es válido para hacer surgir la
comunicación interpersonal más interesada.
De todos modos, si bien ese es el patrón corriente, no quiero decir que los
regalos, sin más, atraviesen muros anímicos infranqueables y susciten en el regalado
sentimientos de agradecimiento sin freno. Tras el regalo qué viene puede pensar
inmediatamente el que lo recibe y el más mínimo recelo para con el remitente puede echar por
tierra el oculto deseo de éste.
Minutos antes de ponerme a escribir
estas líneas he recibido una caja de vino. Quien me lo remite debe sentirse
deudor por algún favor que en su día le hice y se ha gastado una pasta en un
obsequio consistente en botellas de Rioja cosecha de 1981. Le agradezco de
corazón, pero ha cometido un pequeño error: no bebo alcohol. Por lo tanto, ya
me dirá él qué voy a hacer con un regalo que no me encaja.
Pero, bien pensado, quizás me ahorre la papeleta de elegir un objeto con
que obsequiar a algún tercero con quien me sienta por mi parte obligado. Es
decir, la cadena no se va a romper. Lo más importante –como hubiera afirmado mi
amigo Xabier Mendiaga- está en el
contenido del mensaje y no en su ropaje.
Foto: Tere Anda
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